miércoles, 9 de enero de 2013

El Grito


A la ciudad de Lorca



… la madre del niño vivo, sintiendo conmoverse
sus entrañas por su hijo…

Libro Primero de los Reyes 3,26

Un niño ha gritado de nuevo en medio de la noche
tal y como lo hiciera aquel día abrazado a su bocadillo
en un intento por asirse a la vida.
La angustia del sueño le ha llevado de nuevo a ese momento
en el que la tierra se olvidó de su pueblo, de sus gentes,
de las risas en el parque y los cánticos por pascuas.

Ese viaje mezcla de vaho, frío y derrota,
que hace ya tanto tiempo se ha convertido en algo común,
ha vuelto a ubicarlo en la estación de la muerte
una vez más,
y aunque juró no recordar ese credo
siente que irremediablemente su sino lo empuja
a la espesura del recuerdo vacío de alegría,
henchido de dolor, falto de aire, rebosante de un grito atronador
para,
            nuevamente,
                                    hilvanar ese hilo argumental recordándole
que la vida le arrebató la vida en el mismo momento en que una mano,
un cuerpo, un corazón… un amor constante más allá de la muerte,
lo devolvió a la vida en el momento de la muerte.

Este niño hoy ha gritado en mitad del oscuro boscaje
y por más que la vida le ha instado a que convierta su angustia en sueño,
es el sueño el que le recuerda que él estuvo allí, de verdad,
ante la hediondez de la coincidencia, ante la injusticia de lo inconexo
o la amargura omnipotente de la casualidad.

Con el tránsito de la resignación sólo un hálito de luz, casi extinto,
ha sabido dar cobijo a su dolorido sentir
al advertir que la religión, durante centurias,
ha pintado a Dios como a un hombre, errando en tal premisa por ello.
De alguna forma, todos esos gritos perdidos en la noche
le han servido para deducir que su madre era
el tal Mesías Salvador del que todos hablaban.










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